Para los profesionales de la salud, escuchar es una de las habilidades básicas que debemos desarrollar. Pero es una escucha diferente a la que realizamos de manera cotidiana, debe ser una escucha activa donde no solo trabajan nuestros oídos, sino que también escuchamos con el cuerpo y con los ojos.
Sé que tal vez te sorprenda esto… ¿Escuchar con el cuerpo y los ojos?… Por extraño que te parezca, así es. La escucha activa pone en acción todos nuestros sentidos, no solo la audición. Escuchar activamente supone atender por completo a la comunicación verbal y no verbal del paciente o familiar.
Escuchamos con nuestros oídos las palabras que emite el otro, pero también sus silencios, cargados de significado. Las palabras elegidas son importantes porque no es lo mismo decir “el cáncer que tengo” que “esto que me pasa”, porque la segunda afirmación guarda en su interior miedo y rechazo, mientras que la primera habla de aceptación. Escuchamos con nuestros oídos esos silencios que el paciente o familiar deja en suspenso cuando hablamos de algo importante y guardan en su interior el miedo, la desesperanza o la tristeza. Escuchar activa y conscientemente con nuestros oídos, también pasa por no romper prematuramente el silencio, por no corregir al paciente cuando evita hablar directamente de su enfermedad, le escuchamos activamente cuando le acogemos y sostenemos su tristeza, cuando no tratamos de imponerle una visión de su enfermedad para la que aún no está preparado para afrontar. Como verás, la escucha activa tiene en cuenta a cada paciente como la persona única que es.
Escuchamos con nuestros ojos cuando observamos los movimientos y gestos del otro, mirando sus ojos, que tanto sufrimiento y tristeza pueden llegar a acumular. También escuchamos con nuestros ojos cuando observamos los gestos, los pequeños tics, las tímidas sonrisas que emiten para sentir que no todo va mal. Nuestros ojos son poderosos, podemos mirar a la cara y a los ojos del otro para animarle, para ser compasivos, para hacerle saber que no está solo en su sufrimiento. Nuestros ojos escuchan el llanto ajeno y lo permiten porque ellos saben que llorar es la respuesta natural de nuestra mente y cuerpo ante la tristeza y frustración.
Escuchamos con nuestro cuerpo la energía que emite la otra persona. También escuchamos con nuestra piel, quien algunos consideran que es el órgano más grande de todo nuestro cuerpo, que nos envuelve por completo. Nuestra piel es sensible, sabe que el tacto alivia el sufrimiento, acoge al otro y le hace sentir acompañado. El tacto es una manera muda de comunicarnos. Cuando tomamos la mano del otro, le hacemos saber que estamos ahí con él o ella, sin necesidad de decir nada, sin pronunciar palabra alguna. Cuando echamos nuestro brazo por los hombros del otro, le hacemos saber que no se caerá, que le sostenemos, cuando abrazamos al otro unimos ambos corazones, transmitiendo nuestra calma y amor.
La escucha activa es compleja y al mismo tiempo sencilla cuando volvemos a las raíces de la humanidad, acudiendo a aquello que nos hace humanos. Tal vez te estés preguntando qué puedes hacer para escuchar de manera atenta y consciente… bien… aquí van algunos consejos:
La parte positiva de la escucha activa es que la puedes aplicar a tu trabajo cotidiano pero también a tu vida diaria, con tus pacientes, pero también con tu familia y colegas. La escucha activa y consciente tiene la capacidad de cambiar todo tu mundo.
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