Afrontar el esperable repunte de las infecciones por coronavirus (SARS-Cov-2) y las nuevas posibles oleadas que llegarán en los próximos meses de esta pandemia con unos kilos de menos debería ser una prioridad para las personas con sobrepeso u obesidad, ya que esto les permitirá afrontar mejor esta posible infección. Así lo manifiesta la Sociedad Española de Obesidad (SEEDO), quien recuerda que el peso excesivo es uno de los principales factores identificados de mal pronóstico en personas que desarrollan la COVID-19, indicando también que el tejido adiposo podría desempeñar un papel importante en la transmisión de la COVID-19.
Atendiendo a la experiencia acumulada de otras pandemias y a las previsiones más realistas, existe en la comunidad científica la convicción de que habrá un rebrote en España de la infección por SARS-Cov-2, lo que invita a implementar medidas adecuadas para prevenir sus efectos nocivos sobre la salud, y en el caso de las personas con obesidad “el hecho de reducir, aunque sea mínimamente, su peso supondrá un gran beneficio”, recalca el Dr. Tinahones, que demanda “atención y precauciones adicionales para pacientes con obesidad durante esta pandemia”.
Partiendo de esta situación, la SEEDO ha elaborado un decálogo de medidas y consejos encaminado a situar la pérdida de peso como una medida preventiva esencial frente a la COVID-19, junto con a las 5 medidas básicas y bien conocidas: lavarse las manos, evitar contacto social, usar mascarillas, toser o estornudar en un papel, limpieza de superficies. Como detalla el Dr. Diego Bellido, vicepresidente de SEEDO, “consideramos indispensable incluir entre las medidas esenciales dirigidas a población general para contener la pandemia el cuidado del peso y evitar la obesidad, en base a la idea de que, si somos menos susceptibles a infectarnos por estar delgados, ayudaremos a contener pandemia”.
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Actualmente existen muchas evidencias que indican que la obesidad es un factor de riesgo para hospitalización y de empleo de ventilación mecánica en personas que han sufrido una infección por el virus de la gripe H1N1. Y en estos momentos se están empezando a generar datos que relacionan también la obesidad con la severidad de la infección por COVID-19 y un peor pronóstico.
El IMC y el peso es significativamente mayor en pacientes con una forma grave de infección por COVID-19. Entre los fallecidos con el virus, el 88.2% de los pacientes tenían un IMC> 25 kg / m2, que es una proporción significativamente mayor que en los supervivientes (18.9%). También se ha observado en algunos estudios que la necesidad de ventilación mecánica se incrementa a medida que se eleva la severidad de la obesidad, siendo los obesos extremos los que presentan más riesgo. De hecho, como destaca el Dr. Francisco Tinahones, “los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE. UU han reconocido que tener un IMC mayor de 40 es un factor que aumenta la vulnerabilidad en esta infección”.
Existe una explicación fisiopatológica que justifica esta estrecha y perniciosa vinculación entre obesidad y COVID-19. La obesidad se asocia con una disminución del volumen de reserva espiratoria y la capacidad funcional del sistema respiratorio. En personas con obesidad abdominal, la función pulmonar se ve aún más comprometida si se encuentran en decúbito supino (por una disminución de los movimientos del diafragma, lo que dificulta la ventilación). Además, el aumento de las citocinas inflamatorias asociadas con la obesidad puede contribuir al incremento de la morbilidad asociada con la obesidad en las infecciones por COVID-19; según detalla el Dr. Tinahones, “las personas con obesidad tienen un entorno proinflamatorio y se cree que COVID-19 puede exacerbar aún más la inflamación, exponiéndolos a niveles más altos de moléculas inflamatorias circulantes en comparación con los sujetos delgados”.
Pero, además, por analogía con otras infecciones respiratorias, se considera que la obesidad puede desempeñar un papel importante en la transmisión de la COVID-19. Por ejemplo, en el caso de la gripe A, la obesidad aumenta la duración de la eliminación del virus (el tejido adiposo puede servir como reservorio). En el caso del SARS-Cov-2, se ha comprobado que también puede infectar el tejido adiposo y luego diseminarse a otros órganos; además, como explica el presidente de SEEDO, “la expresión de ACE2 (receptor que podría estar implicado en la entrada de COVID-19 en las células humanas) en el tejido adiposo es más elevada que en el tejido pulmonar y, por tanto, podría acumularse el virus en muy alta proporción en este tejido, retardando su eliminación”.
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